PERFECTA

“Mi nombre es Estela”, le dijo una señora a Bo Derek en la sucursal del Cerro de las Rosas de la cadena internacional de videoclubes. “Istila”, repitió la actriz de “10, la mujer perfecta”, mientras la traductora le deletreaba “e-s-t-e-l-a” para que pudiera dedicar el autógrafo. La tarde invernal languidecía y una considerable cantidad de personas, que no llegaba a conformar una multitud, rodeaba a la diva por admiración, curiosidad o vaya a saber qué motivo.

Era el 5 de julio de 1996 y una estrella de Hollywood había aterrizado en Córdoba, invitada por Blockbuster para la inauguración de su segundo local en la ciudad. Mientras McDonald’s nos hacía marchar las hamburguesas, ahora llegaba el gran proveedor de películas en formato de VHS. Su sola mención hacía temblar a los videoclubes de barrio, cuyo destino parecía sellado por el arribo de este enviado del imperio.

Bo Derek firmó autógrafos y contestó en inglés todas las preguntas. Había viajado por la mañana desde Buenos Aires, se había alojado en un hotel del bulevar San Juan, había almorzado a orillas de la Cañada y -luego de descansar- se había dirigido hacia el negocio de la marca que la tenía como madrina.

Nadie, pero nadie, por aquellos años, se podía imaginar un futuro tan poco generoso para el negocio de alquilar películas. Más bien por el contrario, las que miraban por arriba del hombro con un rictus de odio eran las salas de exhibición de filmes, que en la campaña de lanzamiento de Blockbuster escuchaban tronar las trompetas del Apocalipsis. Internet estaba en sus albores y no se podía por aquel entonces vislumbrar la lluvia de Netflixes, Youtubes, Taringas y Cuevanas que se desataría con el advenimiento del siglo veintiuno.

A sus 39 años, la apariencia de Bo Derek se acercaba más a la de una hermosa señora que a la de una sex symbol. Sin embargo, algunos chicos que no tenían ni idea de quién se trataba, no se cansaban de comentar: “¡Qué linda es!”. Mientras tanto, ella, metida en un saquito y un pantalón azul oscuro, repartía besos y fotos a sus simpatizantes con una placidez que le daba una apariencia de deidad mitológica.

En 1996, Bo todavía estaba junto a su marido John Derek, el mismo que le prestó el apellido y que la había dirigido en la película con la que ingresó en el limbo de la fama. Derek, el director, 30 años mayor que su esposa, moriría en 1998. Pero eso tampoco podía saberlo la actriz en ocasión de su visita a Córdoba, una ciudad que –vista desde Hollywood- está demasiado cerca de la Antártida y demasiado lejos de los spots.

Tampoco es que la ilustre visitante se codease en esos años con la crème de la crème hollywoodense. Su mejor momento había transcurrido durante el año 1979 y no se prolongó más allá del escándalo que provocaron algunas escenas de desnudos en la película que le valió el apodo de “la mujer perfecta”. Pero bueno, Bo Derek era lo que la casa matriz de Blockbuster había evaluado que Córdoba se merecía, en una decisión tan caprichosa como la que después derivó en el cierre de los locales de la cadena.

Sin embargo, ese horizonte de quiebras y transiciones de un formato a otro no podía ser anticipado en aquella tarde de julio. Por el contrario, el ingreso de Blockbuster a Córdoba se asemejaba a la típica escena en la que el pistolero con mejor puntería de todo el oeste hacía su entrada por la puerta vaivén del saloon. Todos los parroquianos lo miraron con un dejo de temor y admiración, mientras se acodaba en la barra y con un tincazo se levantaba el ala del sombrero.

Nadie podía suponer su triste y solitario final. Nadie podía distinguir, en la lejanía no tan lejana de los tiempos, que semejante matón iba a caer baleado de muerte por unos nerds de anteojos culo de botella que se dedican a la muy casera industria del download.

Habría que preguntarles hoy qué opinan de esto a los vendedores que exhiben en el piso (cuando los inspectores municipales no están) copias en DVD de cientos, miles de películas, entre las cuales tal vez asome “10, la mujer perfecta”. Habría que consultar a los dueños de los ínfimos videoclubes de barrio, que exiliaron ese filme a la batea menos visitada de “comedias”, mientras la siguen remando.

En aquella tardecita de invierno de 1996, este oscuro presente no entraba en las previsiones y todo parecía tan refulgente como los ojos de Bo Derek. En cierto momento, la frialdad de la diva se derritió y Miguel, uno de los fans que le revoloteaba alrededor, logró el premio de un beso en la mejilla. Dicen que fue porque entró silbando por lo bajo el Bolero de Ravel.

21 de diciembre de 2011

(Extraído de “Por qué no nos invaden de una buena vez”, Chatmuyo, 2018).

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