EL GRAN CANAL

¿Qué más se puede decir de Venecia que no lo hayan dicho antes y mejor tipos como Shakespeare, Goethe o Proust?

Poco quizás. Pero cada viaje es una experiencia personal, subjetiva, íntima.

La Venecia de Marco Polo y de Sebastián Caboto. La Venecia de Tiziano, del Tintoretto, de Canaletto. La Venecia de Antonio Vivaldi. La Venecia de Giacomo Casanova. Cuando atravesamos el Puente de la Libertad el corazón empieza a inquietarse. 25 millones de peregrinos visitan anualmente la urbe flotante y se estima que en 2025 esa cifra se podría duplicar. Bajamos en la Piazzale Roma y allí tomamos el vaporetto que nos dejará en la Piazza San Marco.

Aún acomodándonos en nuestros asientos y adaptándonos al suave bamboleo del barco-bus pasamos bajo el Ponte della Costituzione. Con sólo verlo, advertimos el inconfundible trazo de Calatrava, el mismo que diseñó el Puente de la Mujer en Puerto Madero.

Inmediatamente, la embarcación gira a babor y allí es cuando el tiempo se detiene. Durante un instante demasiado breve para ser medido por cualquier reloj, todas las sensaciones se dan cita en nuestro interior. Entrar al Gran Canal en vaporetto es una de esas experiencias visuales que se vivencian pocas veces en la vida. Los latidos desbordan intentando absorber con los ojos tanta belleza, tanta historia, tanto arte, tanta magnanimidad.  Imposible no mover la cabeza alternativamente de diestra a siniestra sorprendiéndonos con cada iglesia, cada edificio, cada palacio a medida que avanzamos.

La Chiesa degli Scalzi (Santa María de Nazareth) es el umbral previo al Puente de los Descalzos, construido en un solo arco de piedra de Istria e inaugurado en 1934.

A partir de allí, el cuerpo se empieza a acostumbrar a transitar entre la monumentalidad del paisaje. Canale di Canareggio a la izquierda, Fondaco dei Turchi a la derecha, el Casino de Venecia por allá, la Iglesia de San Steo un poco más allá. La Ca´Doro, el Palazzo Ca´Sagredo y las manos emergentes de Lorenzo Quinn que sostienen sus paredes. Así, al compás del traca-traca de nuestro vaporetto llegamos al más antiguo de los puentes: il Ponte di Rialto. Sin dudas, el Rialto es una de las postales de Venecia, con sus arcos de medio punto techados y su superpoblación de japoneses tomando fotos.

Seguimos hacia San Silvestro. Cada tanto, un taxi-lancha se cruza por adelante o una góndola se pone a la par para que intercambiemos saludos con los pasajeros. Pero el Gran Canal no es zona de enamorados. Los felices tórtolos prefieren los canalettos aledaños donde el menor tránsito fluvial favorece la demostración de afectos. El mismo gondolieri encuentra en las callejuelas de agua de los arrabales una mejor acústica para improvisar alguna de sus canzonettas.

Luego de pasar por el Palazzo Pisani Moretta, Sant´Angelo y el maravilloso Museo de Ca´Rezzonico, nos eclipsa el sol por unos segundos el Ponte dell´Accademia, último puente de del trayecto. Proyectado por el ingeniero Eugenio Miozzi e inaugurado en 1933.

En el último tramo del recorrido llega lo mejor (o al menos lo más impresionante). El Palazzo Vernier dei Leoni, el Museo Peggy Guggenheim, el Palazzo da Mula, el Palazzo Bargbarigo y allá en la esquina, en la punta, en la proa de Venecia, la Basílica de Santa María della Salute. El cartel sobre la terminal de ferry nos acusa que llegamos a San Marco. El resto del paseo será a pie, donde nos espera la mítica piazza, la ecléctica Basílica, el Palazzo Ducal, el Puente de los Suspiros, decenas de iglesias, cientos de museos y monumentos, miles de negocios de antigüedades y hasta un local de Ferrari con un coche de Fórmula 1 real en su interior. Pero todo esto seguramente será la excusa para un próximo viaje.

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