APAGÓN
En enero de 1991, hace algo más de tres décadas, Marcelo Tinelli arrancaba con su ciclo “Ritmo de la noche”, un megashow que Telefé emitía los domingos en el prime time y que consagró a su conductor, cuya fama había crecido a partir del programa “Videomtach” en la franja de la medianoche. Con más similitudes que diferencias respecto de ese envío dominical, Tinelli fue renovando año tras año su compromiso con la audiencia, que se identificó con ese humor patotero de los bloopers y cámaras ocultas, tanto como con los reality shows de baile y canto que vinieron después.
Por la misma época en que “Ritmo de la noche” irrumpía en los televisores hogareños, la FM 100 sentaba las bases de un estilo radiofónico que dejó su marca en la frecuencia modulada argentina. Una muy cuidada musicalización, basada en temas de moda y clásicos sabiamente combinados, era la clave sobre la que esa radio construía su fama, a la que después contribuyeron locutores y animadores de probado talento, como Lalo Mir. El establecimiento de una red de repetidoras en el interior, consolidó el predominio de esa emisora que formaba parte de la cada vez más poderosa estructura del grupo Clarín.
Fue también a comienzos de los años noventa que se inició la curva declinante de la prensa gráfica como medio de comunicación masiva, al ingresar el número de lectores en un derrumbe estrepitoso. Las preferencias de los jóvenes por el entretenimiento audiovisual eran señaladas como las culpables de este fenómeno, que obligó a los diarios a extremar los recursos para llamar la atención de las nuevas generaciones. Titulares más sugestivos y fotos de mayor tamaño, fueron las herramientas a las que apelaron los editores, además de otros recursos visuales como la impresión a color y las infografías.
A treinta años de ese punto sin retorno, de forma inexorable los matutinos van rumbo a extinguirse como si hubieran sido dinosaurios a los que la caída de un meteorito sentenció a muerte. Sin embargo, la culpa de que les haya tocado tan triste destino no ha sido de los medios tradicionales que le plantearon competencia, sino de la web, una vía de comunicación que en aquel entonces nadie tenía en cuenta y que en la actualidad saca chapa de imprescindible, como que la conectividad es considerada un servicio básico y los teléfonos inteligentes son el modo natural de informarse y entretenerse.
Las últimas noticias hablan de una escandalosa debacle del rating en la TV abierta, cuyo encendido promedio exhibe mínimos históricos. En ese contexto, que el programa de Marcelo Tinelli redondee apenas unos 5 puntos de audiencia es indicativo del fin de una era, cuyo epílogo no sólo cierra la etapa de liderazgo del gran conductor: también empieza a esculpir el epitafio en la tumba de la propia tele. Plataformas de streaming, videítos de TikTok, lives de Instagram: cualquier cosa es más atractiva que el viejo televisor, si es que hay a mano un buen wifi y un aparato que se conecte.
En radio, las cosas no marchan mejor. Las notas periodísticas que relevan las últimas mediciones realizadas en Córdoba, echan un manto de piedad al divulgar sólo los datos del “share”. Se consignan los porcentajes que retiene cada emisora del total de receptores encendidos, un número que sin disimulo procura esconder el declive generalizado. La “novedad” es que se mantienen arriba los que siempre estuvieron allí, una consecuencia lógica del envejecimiento de los radioescuchas. A mayor edad, más conservadores se vuelven. Y la renovación de oyentes no se verifica porque milennials y centennials consumen poco y nada dentro de ese formato.
Si al inicio del último decenio del siglo veinte la radio y la tele se proclamaban victoriosas frente al progresivo repliegue de diarios y revistas, en el alba de esta tercera década del nuevo milenio ese complejo mediático en su conjunto apenas respira gracias al oxígeno de pautas oficiales que hacen las veces de subsidios. Lo más grave es que, para ocupar ese lugar que está quedando vacante, se nos convoca a nosotros mismos. Como proveedores de contenidos en redes sociales y entregadores compulsivos de datos personales a vaya a saber quiénes, trabajamos las 24 horas del día sin recibir como paga más algunos cupones de descuento, en artículos que probablemente nunca vamos a necesitar.